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domingo, 2 de enero de 2011
miércoles, 29 de diciembre de 2010
ZAMÁN, EL HOMBRE DE LOS JUNCOS (Zaman, l’homme de roseaux, 2003) de Amer Alwan.
Entrelazando docudrama, crítica social y fábula, Zamán, el hombre de los juncos narra una historia entrañable, tan autóctona como universal. Con sencillez cinematográfica, el debutante franco-iraquí Amer Alwan supo filmar esta búsqueda de sabiduría y bondad, este cántico a la vida y la naturaleza, en las maltratadas y sentidas tierras de Irak. Fue la primera película rodada allí en 30 años, obviándose la censura con el rodaje en formato digital. El contexto prebélico, días antes a la invasión norteamericana, queda constatado en voice over, mediante los comentarios de una emisora de radio.
La trama se abre y se cierra, circularmente, en un aislado poblado de una zona virgen y pantanosa del sur, con claras reminiscencias al Paraíso Perdido. En una humilde choza, rodeado de un maravilloso vergel y ajeno a toda evolución –o involución, según se mire- tecnológica y científica, vive un hombre bueno y sabio: el anciano Zamán (encarnado con total cercanía y afecto por Sami Kaftan). Sus costumbres ancestrales y honda religiosidad musulmana, las comparte con su hijo adoptivo, Yasin, huérfano durante la guerra contra Irán y en estado de mutismo. Cuando su amada esposa enferma, Zamán partirá, voluntariamente solo, en un fatigoso viaje por el río Tigris, hasta la lejana ciudad de Bagdad, en busca de medicinas…
La estética documentalista que rodea las líricas imágenes del vetusto entorno rural, otorga un interés etnológico al film. Y a la vez, cuando deambulamos por el ajetreo presente de la gran urbe, durante la dictadura de Sadam Hussein –reflejada en ególatras imágenes en la televisión local y en murales por las calles, a lo Gran Hermano de George Orwell-, la película adquiere un evidente valor sociológico e histórico. Zamán será “nuestros” ojos y “nuestro” guía, acompasado con silencio, meditación y una enorme paciencia, queriendo-comprender este contexto profanado por el Hombre.
Este bucólico cuento, lejos de radicalizar la turbia realidad, lanza un mensaje fraterno y humanizante, como en su día hiciera la obra maestra de Akira Kurosawa, Dersu Uzala, el cazador (1975). Incita a desarrollar nuestros pensamientos positivos y el espíritu de lucha, frente a un mar de injusticia: desde el embargo económico a la insolidaridad colectiva (que no individual). Hay excepciones como la generosa y valiente actitud de la enfermera, ajena a la corrupción burocrática; o la ayuda del imán ante la carencia de papeles en regla.
No estamos ante un título creativo, pero sí honesto y depurado de virtuosismo formal, una rara avis entre tanto cine-espectáculo sin nada que contar o expresar. La bellísima y emotiva lección vital, transmitida y aprehendida, es lo que verdaderamente importa al director. El relato intergeneracional de la palmera que cuenta Zamán a Yasin, para darle fe y esperanza, tornará a él en boca del pequeño, en un inolvidable y agridulce momento de la película.
Las mil y una trabas para hacer ver la luz a este proyecto merecieron la pena: parte de la producción filmada fue robada, y por otro lado, varias secuencias del rodaje tuvieron que hacerse con cámara oculta (en el interior de la mezquita o en el mercado). Por lo que el breve montaje final quedó notoriamente quebrado e imperfecto. Sin duda, la cruel Guerra de Irak, comandada por el igualmente dictatorial George W. Bush en pleno siglo XXI, es la antítesis de los valores espirituales de Zamán, el hombre de los juncos.
Inédita en España |
Sección Zabaltegi – Premio SIGNIS - Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2003.
Nacionalidad: Irak-Francia. Actores: Sami Kaftan, Shada Salim, Saadiya Al-Zaydi, Hussein Imad, Nizar Al-Samarayi. Duración: 76 minutos.
martes, 28 de diciembre de 2010
THE STATION AGENT (VÍAS CRUZADAS) (The Station Agent, 2003) de Tom McCarthy
Dicen que las mejores esencias, además del veneno, vienen en frascos pequeños. Eso ocurre con estas Vías Cruzadas y su protagonista, un enano de nombre Finbar. El título original, The Station Agent (El Agente de la Estación ), alude a la afición de Finbar por los trenes, a su sueño de llegar a ser un controlador ferroviario y a quien el azar convertirá en intersección de otros dos personajes o vagones solitarios, muy especiales en su vida. Vías cruzadas indaga en el lado recóndito y oscuro de la amistad, desde una óptica luminosa, con una fotografía de Oliver Bokelberg propia del crepúsculo veraniego.
Al principio, Fin resulta alguien poco sociable y rudo. Su mirada cínica, voz grave y respuestas cortantes definen su ostracismo y desconfianza hacia el mundo a escala “normal”. Cuando hereda un barracón ferroviario abandonado, en el interior rural de Nueva Jersey, se traslada allí sin preámbulos para aislarse totalmente de la sociedad, harto de que ésta centre en él sus ojos por su condición física.
Cada mañana, en este recóndito lugar, aparece un cubano llamado Joe con su caravana de comida rápida. Un personaje charlatán, simpático, mareante, de espíritu infantil y aspecto de latin lover. Posteriormente, surge a trompicones la frágil y desquiciada Olivia, una cuarentona de buen ver, que vuelca sus tortuosos sentimientos en los cuadros que pinta.
Este espacio reducido se convierte en un oasis de desamparados, dotados de gran corazón y necesitados de amistad y amor, aunque todos lo nieguen. The Station Agent (Vías cruzadas) muestra primero las apariencias, mal entendidas, incluso por el propio Finbar, siempre a la defensiva desde su hermetismo y complejo físico. El enanismo no es el tema central de la película, pero se toma como una innata cualidad humana por la que se margina socialmente (véase, la charla escolar que acepta de la niña Cleo).
En segundo lugar, la película evoluciona de acuerdo con la naturaleza de los personajes. Sólo entonces vemos la verdadera forma de ser de cada uno. Con gran mérito y dificultad se nos transmite “lo ausente”, inteligente y perfectamente incluido en el relato, sin recurrir a trágicos flash-backs absurdos del pasado. Otro misterio que se agradece es desconocer por qué un tipo como Joe carece de amigos o compañera, pese a su carácter franco y su atractivo. Asimismo, el final de la película es todo un acierto.
Con destreza, el debutante guionista y director, Tom McCarthy, rehúye caer en tópicos sentimentales, amorosos, incluso de relaciones interpersonales: buen ejemplo es cómo prosigue la relación tras la pelea entre Fin y el garrulo del pueblo (que representa la escasez de miras y escaso bagaje cultural de la América profunda). Empero, queda arraigado en el espectador un sentimiento esperanzador y menos doloroso en torno a esta diminuta comunidad que pasea al unísono y en silencio por las metafóricas y desoladas vías del tren.
Esta modesta, vital y muy recomendable película aboga, pues, por la necesaria unión humana (al margen de gratificantes y necesarios momentos de retiro y reflexión) y resulta un honesto canto a la solidaridad, la convivencia tolerante y al respeto mutuo desde la igualdad y la diferencia. Su aire de leve fábula, llena de sensibilidad, se alterna con el drama intimista y contemplativo, en la línea de Frankie y las estrellas (Frankie Starlight, Michael Lindsay-Hogg, 1995) y el cine introspectivo-comunitario de John Sayles. También es una cálida comedia, con humor muy bien dosificado. Por ejemplo, el esperpéntico prólogo en la tienda de miniaturas.
Entre las notables virtudes de este título, destacaría el magnífico guión y la certera descripción de personajes. Lo cual Tom McCarthy volvería a bordar en su segundo largometraje como realizador, The Visitor (2007). A ello también ayuda el espléndido plantel de actores –el observante Peter Dinklage, el jovial Bobby Cannavale y, en especial, la emotiva Patricia Clarkson–, un trío complejo y extraordinario, cuyos sentidos dramas personales y cualidades distintivas van a la par que el progresivo espíritu colectivo, honesto y felizmente contagioso. Sus altibajos, fricciones, arrebatos, tristezas, vacíos y mecanismos de defensa se compensan con indulgencia, comunicación y positiva voluntad de seguir adelante, sin más palabras que los expresivos y silentes momentos pincelados en algunas líricas imágenes.
Premio del Público, Premio Especial del Jurado (Patricia Clarkson) y Premio al Mejor Guión – Festival de Cine de Sundance 2003.
Premio Especial del Jurado – Festival Int. de Cine de San Sebastián 2003.
Premio BAFTA 2004 al Mejor Guión Original.
Mejor Guión y Premio John Cassavetes - Independent Spirits Awards 2004.
Premio del Público – Festival de Cine de Estocolmo 2003.
Premio de la Sociedad Nacional de Críticos de EE.UU., Premio del National Board of Review, Premios del Círculo de Críticos de Florida, Kansas y Boston a la Mejor Actriz Secundaria (Patricia Clarkson).
Nacionalidad: EE.UU. Actores: Patricia Clarkson, Peter Dinklage, Bobby Cannavale, Michelle Williams, Paul Benjamin, Raven Goodwin. Duración: 88 minutos.
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